Cinco mil kilómetros a las espaldas y una palabra en la cabeza y en el corazón: Misericordia. Esta ha sido la experiencia de los casi 100 universitarios de Belagua que hemos participado en la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) en Cracovia, junto al Papa Francisco y casi dos millones de jóvenes de todo el mundo. La aventura nos ha llevado a recorrer diferentes ciudades europeas: Venecia, Padua, Viena, Cracovia, Praga y Nuremberg, donde nuestras banderas y canciones se confundían con las de miles de peregrinos que, estos días, han tomado las principales calles y plazas de Europa camino de la JMJ, o de regreso de esta jornada inolvidable. Han sido diez días en los que hemos convivido, iniciado nuevas amistades, compartido tiempo, comida, bebida, sombras, chubasqueros y un largo etcétera entre nosotros y con jóvenes de todo el mundo; diez días en los que nos hemos reencontrado con amigos de diversos países en… ¡Polonia! Y, por supuesto, diez días en los que hemos aprendido a conocer y querer más al Papa Francisco, la universalidad de la Iglesia, y la misericordia de Dios, que era el centro de esta JMJ, convocada bajo el lema “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”.
El viaje comenzó en Pamplona para algunos y, para otros, en Torreciudad, donde el 24 de julio se clausuraron las Jornadas Universitarias de los Pirineos, el evento inmediatamente previo a la JMJ, organizado, entre otros, por Belagua. La primera noche de autobús cruzamos Francia y el norte de Italia camino de Venecia, donde la catedral de San Marcos, las góndolas, la pizza y la multitud de turistas nos recordaron que estábamos en una de las ciudades más bonitas y turísticas de este país. La siguiente parada fue rápida, pero no dejó indiferente a nadie: en Padua pudimos visitar la tumba de San Antonio. Tras la ciudad de los canales, nos esperaba en Austria la de los grandes palacios: Viena. Los peregrinos camino de la JMJ estaban por todos los rincones: grupos de jóvenes cantando y bailando a los pies de la catedral, haciéndose fotos ante los monumentos más emblemáticos, o esperando para entrar en una iglesia a tener misa en francés donde estaba terminando otra en español. Las autopistas de Polonia nos recibieron de noche. Entrábamos en un país con una historia reciente marcada por la guerra, la fe y la vida de grandes santos. Entrábamos en el país desde el que santa Faustina Kowalska extendió la devoción a la Divina Misericordia por todo el mundo. Entrábamos en el país escogido por el Papa Francisco, en el Año Santo de la Misericordia, para ser el lugar de reunión de casi dos millones de jóvenes católicos de todo el mundo para escuchar sus palabras y rezar juntos. A la luz del día toda Cracovia era JMJ. Ríos de peregrinos en las calles, en las plazas, en las iglesias, en las tiendas, sentados en corro, caminando en fila, bailando en círculo, ondeando banderas, cantando, haciendo fotos, rezando. Es difícil describir el ambiente de una ciudad cuando centenares de miles de jóvenes de todo el mundo se reúnen en ella para una JMJ. Las actividades eran innumerables: catequesis de obispos, conciertos, festivales, visitas a los lugares más emblemáticos de la vida de san Juan Pablo II… Así que no tuvimos tiempo de aburrirnos. La alegría de la ciudad se concentró en el parque Błonia para dar la bienvenida al Papa Francisco el jueves 28 de julio. Allí fue la primera vez que fuimos conscientes de la magnitud de la JMJ, al ver la inmensa explanada repleta de peregrinos, con la que gritamos repetidamente “sí” a la pregunta del Papa: “Las cosas, ¿se pueden cambiar?”. El ambiente festivo que nos invadió esa tarde se tornó en una atmósfera recogida y de oración el viernes, con el rezo del Vía Crucis, en el que meditamos la pasión del Señor al hilo de las obras de misericordia. Una frase del Papa resume bien el mensaje de aquella tarde: “Si uno, que se dice cristiano, no vive para servir, no sirve para vivir”. Justo antes del Vía Crucis, muchos de nosotros habíamos participado en la tertulia con el Prelado del Opus Dei, Javier Echevarría, “el Padre”, como la mayoría le llamamos de forma familiar. Fue en el ICE Congress Centre de Cracovia, donde estuvimos junto con jóvenes que participan de la labor apostólica del Opus Dei en los cinco continentes. El Padre nos animó, entre otras cosas, a ser cristianos coherentes, que tienen una sincera vida de oración. La JMJ llegó a su momento álgido el sábado por la noche, con la vigilia en el Campus Misericordiae, una inmensa explanada a unos kilómetros de Cracovia a la que fuimos caminando varias horas bajo el sol. Durante el trayecto cantamos, reímos, saludamos a grupos de peregrinos de otros países y nos dejamos empapar por el agua fresca con la que muchos polacos nos rociaban, manguera en mano, a nuestro paso por enfrente de sus casas. Al caer la tarde, empezó la vigilia. Testimonios, adoración al Santísimo y palabras del Papa. ¡Y qué palabras! El Papa Francisco fue directo: nos dijo que no podemos ser “jóvenes embobados y atontados que confunden felicidad con un sofá”, nos hizo rezar juntos cogidos de la mano, nos hizo gritar “sí” a luchar por nuestro futuro, nos animó a ser jóvenes “con los botines puestos” para cambiar el mundo y convertirnos en “protagonistas de la historia”, a “construir puentes” y no “levantar muros”. El Papa nos invitó, en definitiva, a pensar en grande: “Hoy Jesús te invita, te llama a dejar tu huella en la vida, una huella que marque la historia, que marque tu historia y la historia de tantos”.
Cuando terminó la vigilia y las actuaciones musicales posteriores, nos dispusimos a pasar la noche a la intemperie en el Campus Misericordiae. Una noche en la que se pudo comprobar la alegría de casi dos millones de jóvenes reunidos en un mismo sitio para celebrar su fe. Tras la misa del domingo por la mañana terminó la JMJ, y el Papa nos dio un último mensaje. “El Señor no quiere quedarse solamente en esta hermosa ciudad o en los recuerdos entrañables, sino que quiere venir a tu casa, vivir tu vida cotidiana. En el estudio y los primeros años de trabajo, las amistades y los afectos, los proyectos y los sueños”. Con la cabeza llena de ideas y el corazón repleto de emociones emprendimos el viaje de regreso. Nos esperaban a nuestro paso las ciudades de Praga y Nuremberg. En ellas comprobamos que los caminos de Europa estaban, igual que en el viaje de ida, tomados por peregrinos con los que habíamos compartido una experiencia única. La próxima cita: Panamá 2019.